Más acá del Bien: el Mal. Por Germán Lugo.

Introducción

A lo largo de todas las épocas, siempre ha salido a la luz pública historias que conmocionan por la manera de cómo se vincula el hombre con el mal. Quizás el primer ejemplo de esto lo podríamos ubicar en la Biblia cuando Eva fue tentada por la serpiente (el mal). Pero el ejemplo más claro de esto lo vemos en el interés general de la “vida y obra” de los asesinos en serie. Richard Ramírez -el merodeador nocturno-, agitó las opiniones en todos los niveles de la sociedad cuando, a pesar de que se conocían todas las barbaries que cometió, se situaban a las puertas de los tribunales en donde se le enjuiciaba, decenas de mujeres que lo aclamaban como su ídolo.

Este trabajo pretende desentrañar los mecanismos que se suscitan en el interior de un individuo que decide abandonar el bien para abrazar el mal. Para ello nos apoyaremos en la novela de Mempo Giardinelli “Luna Caliente.” A partir del siguiente párrafo, de dicha novela, intentaremos dar luz a todo lo que se teje en los dominios de la oscuridad:

“Porque ahí creyó descubrir que estaba abrazado a algo maligno, infausto, execrable. Pero también vio que algo siniestro había en su propia conducta: él había corrompido a la muchacha.” (Cap. XIV)

¡Oh, dioses de la noche! ¡Oh, dioses de las tinieblas, del incesto y del
crimen, de la melancolía y del suicidio! ¡Oh, dioses de las ratas y de las
cavernas, de los murciélagos, de las cucarachas! ¡Oh, violentos,
inescrutables dioses del sueño y de la muerte!
Ernesto Sabato, Informe sobre Ciegos.

Así como todo material posee un punto límite hasta el cual puede mantener su integridad, asimismo, el hombre posee un punto de quiebre. Cuando las fuerzas exteriores rebasan la resistencia de dicho punto, entonces, de manera ineluctable, la entereza de cualquier hombre cede. Lo sorprendente de esto, es que incluso nuestro espíritu es susceptible a perder su temple. Pero las maneras cómo sucede esto no son del todo comprensibles para aquellos quienes aún no ceden al atractivo implícito del mundo de los hechos nefandarios, pues para eso deben escarbar en las entrañas de lo prohibido. Para contemplar los mecanismos de la maldad es quizá necesario dejarse seducir un poco por ella. Y aunque quizá el resultado de esta aventura no pueda cotejarse por fórmulas racionales, el resultado de esta exploración tal vez podría apagar un poco aquel morbo que nos produce el presenciar alguna situación dantesca. Para ello es necesario buscar los motivos por los cuales el bien no termina por librar la victoria en su eterna lucha contra el mal.

En la novela “Luna Caliente” de Mempo Giardinelli, Ramiro, el personaje protagonista, es un hombre que a pesar de haber dedicado gran parte de su vida al estudio de las leyes, los principios y de la justicia, decide dejarse conducir por sus deseos prohibidos. Así, liberándose momentáneamente, de lo que parecieran ser ataduras convencionales impuestas por la sociedad, da desfogue a sus más bajas pasiones y rompe el umbral de la pureza de la niña Aracel, desatando, de este modo, el lado más oscuro y perverso de ambos.

En la novela encontramos pocas pistas del porqué un ilustre hombre como Ramiro puede llegar a cometer actos tan viles. Él culpa a la luna caliente del Chaco. Ramiro, de modo inconsciente, parece ubicar el origen de su locura en un contexto sombrío pero a la vez enigmático, atractivo y seductor. Al contrario de la mariposa que es atraída por la luz de las llamas, Ramiro es atraído por el calor húmedo del sexo tenebresente* de Araceli: Y el clamor apremiante de sus entrañas no puede ser desatendido. Al igual que la mariposa, Ramiro arriesgará quedar reducido en cenizas.

Nietzsche, ese filósofo alemán que sucumbió a locura, nos advirtió que no observáramos durante mucho tiempo el interior del abismo, pues arriesgábamos que el abismo comenzase a escudriñar dentro de nosotros. A Ramiro le bastó sólo dar una mirada dentro del abismo para quedar prendado. En cambio, a Fernando Vidal Olmos, ese investigador del mal en la novela “Sobre héroes y tumbas”, le tomó toda una vida descubrir los artificios del mal. Quedó igualmente fascinado por el mal e igualmente perdido. Ambos casos coinciden en la aproximación al mal por la influencia de las pulsiones lúbricas de ambos personajes. Fernando feneció en una satánica bacanal con la ciega, objeto de sus más profundos temores y deseos. Al igual, Ramiro sucumbe a un infierno propio, también arrastrado por sus bajas pasiones.

Si buscamos en la literatura y en las artes en general, las razones que pueden empujar a alguien a embarcarse por el despeñadero de la protervidad, encontraremos como motivo principal las frustraciones que generan las imposiciones sociales. Cada tabú tiende a ser roto como si de un paradigma se tratase. Es de notar que en la cultura indígena del Amazonas, la mujer está apta al matrimonio y la concepción desde una temprana edad. Para los indígenas es una pena ver a una mujer que aún no ha sido madre en su adolescencia, pues ésta arriesga su vida y la del hijo sin intentar parir con sus procedimientos naturales, esto porque, según creen ellos, sus caderas no son tan flexibles como para garantizar la vida. De modo que ellos no consideran pecado que una niña como Araceli, tenga sexo con fines reproductivos. Cuando eso sucede no hay víctima ni victimario, mucho menos culpas que purgar ni castigos que imponer. Muy al contrario de lo que sucede en nuestra sociedad en la cual estos actos son relegados a ejecutarse de modo macabro en las sombras y son objeto de fuertes puniciones penales.

En la novela de Sábato el personaje de Fernando lidia con otro apellido iglesias. Este último sufre un proceso de transición de la nobleza a la perversidad. Pero lo interesante es que con iglesias, Sábato parece denunciar a las instituciones homónimas, en el seno de las cuales se han producido, de manera incomprensible, hechos que contradicen los principios según los cuales se rigen. Esto parecería comprobar la tesis de que el tabú induce al pecado, pues es un elemento que induce a la satisfacción de la curiosidad.

Otro factor que podría ser el detonante del cambio ético de una persona, es el tipo de relación que lo vincula al poder. Por un lado es ya un lugar común que “el poder corrompe”; quizá Ramiro, con el título que logró con sus estudios, se sentía invulnerable. Pero por otra parte, deberíamos sopesar que el poder no sólo corrompe a quienes sufren los excesos del poder: los marginados por el sistema. En una entrevista publicada en la revista dominical de El País, semanal de España, un pandillero de Una Mara, en Nicaragua, confesó: si su vida no valía nada, igualmente para él, la vida de los demás carecía de valor, Es de notar que los integrantes de las Maras no tienen reparo en tatuar su piel, incluso el rostro, con figuras alegóricas a la muerte, en un país en donde todo tatuaje es prácticamente ilegal. Al parecer, el posible integrante de cualquier pandilla toma como verdadero el discurso de la autoridad; el gobierno son los muchachos buenos. De modo que por oposición al sector que lo discrimina y lo desprecia, el posible pandillero se siente pertenecer al bando contrario. Así, acepta por abrazar cualquier secta que se identifique con el mal, la muerte o el demonio. Pues si el poder los trata como a perros ellos seguramente terminarán mordiendo.

Este es un mecanismo que se ejecuta con las más diversas variantes. Nada más recordemos que en Estados Unidos la ley Volstead, la cual vetaba el consumo y venta de bebidas alcohólicas, motivó el florecimiento de la mafia en ese país. Algunos sostienen que esa es la misma situación que atraviesa nuestra sociedad con la prohibición de las drogas ligeras. Si se legalizara el consumo de marihuana, desaparecerían un buen número de traficantes de droga y con ellos muchos de sus vicios y efectos negativos en la sociedad.

Que Ramiro atribuyese el origen de sus deseos perversos a la luna caliente de las regiones más al sur del continente, sólo puede confirmar la existencia de un lado oscuro en el alma humana. Dicho lado oscuro sólo puede estar asociado a una condición primigenia aún presente en el hombre actual y que se manifiesta desde nuestro inconsciente. Extirpar todo mal de nuestra esencia es al parecer una tarea no sólo ardua sino imposible. El mal siempre ha estado vinculado a lo telúrico y el bien a lo celestial. Nuestra naturaleza ígnea tiene un cordón umbilical que nos conecta con la tierra. Apartarnos de ella conllevaría a la perdida de nuestra esencia como hombres, y si bien nos trasformaría en ángeles, es entonces necesario aceptar que la maldad es inherente a la naturaleza humana. El egoísmo está más próximo a nosotros que el altruismo. Pareciéramos estar atados a la corrupción así como la fruta está condenada a la putrefacción. Liberarnos de esta condición nuestra requiere no pocos esfuerzos y muchísimos sacrificios. Porque en definitiva estamos mucho más cerca del mal. El Bien parece ser un océano distante.

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