Espina. Por Reygar Bernal.


Soy árbol entre las sombras.
Desesperado arrastro mi tronco
tras un haz de luz de sol.
Intentado hube una vez la recta vía.
Crecía. Crecía. Crecía...
y el día seguía cobijado
bajo la sombra de adultos tallos.
Y yo reía por las cosquillas
de las ramas que bajaban
hasta las profundidades donde yacía.

Y crecía. Y crecía. Y sentía
que me faltaba el aire,
que me faltaba el agua,
que me faltaba el sol,
que me escapaba el alma.
No había alcanzado el medio del camino de mi vida
cuando noté que en lo alto no cabía.

¿Qué será de mis ramas allá arriba?
¿Permitirán tal vez los grandes que sea grande?
¿En qué momento el sueño del pequeño
se volverá el talante del gigante?
¿Es mi crecer tu caer?
¿Tu placer mi perecer?
¿Debo aceptar como destino infeliz
servir de tierno abono a tu raíz?

No.
No me detendré a esperar
que tus largas fauces
y tus múltiples brazos subterráneos
sofoquen mis pulmones clorofílicos,
devoren mis bracitos esqueléticos.
Si he de ser excremento lo seré contento,
mas no el tuyo.

Haré uso de mi carne al vengarme.
¡Venid espinas,
Tomadme entre las sombras de la encina!
¡Creced fiel tallo!
Que si el techo es muy bajo,
las ventanas se abren a tus ojos,
y del sol fuerte rayo
se colará entre costados indolentes
de crecidos mal nacidos
para llenar tu existencia,
ya no de altura, mas de sapiencia.

Piensa.
Es dura la caída del más alto,
y cuando ocurre,
no hay piedad para sus restos.
Podrás hojear su otrora fuerte tronco,
comer sus una vez lejanos dulces frutos.
Vestir sus ramas,
beber sus almas,
tocar la cima que vendrá a ti.
E invertirás el orden lógico de todo.
Surgirás entre escombros y esqueletos
que darán paso al lodo.
Te bañará el sol,
te bronceará el agua.

Y te harás fuerte.
Tus ramas torcidas soportarán
el peso de los años,
las piñas de la tiña,
el paso de los caños.
Y te harás grande.
Y tocarás el sol con tus ramas,
y alcanzarás el cielo en las mañanas,
y de la luna conocerás las entrañas.

Mas recuerda:
fuiste chico y has crecido.
No olvides:
Los gigantes han caído.
Y ahí vienen diminutos desde el nido
los que habrán de reemplazarte,
frágiles y hábiles,
toscos, mas no pocos.

Déjalos pasar
y ve a dormir el sueño
de los que han cumplido su labor.
Después de todo,
del cielo nadie es dueño.
Unos se irán, otros vendrán.
Y el sol que les da vida
se las quitará;
y el agua que los baña
los ahogará;
y el viento que los peina
los arrancará de raíz;
y el fuego que los cobijaba
los calcinará hacia la nada.
Y así,
morirás.

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