El niño y las estrellas. Por Daniel Ampuero.


Un niño una vez pensó que podía viajar a las estrellas. Entonces se dedicó a construir un cohete que le pudiera llevar a ellas, tan alto que su mamá no lo pudiera ver, tan alto que a sus amigos impresionara, tan alto que la tierra tan sólo parezca un ínfimo punto en el vasto espacio.

Empezó poniéndole un fuselaje de cartón, con elaborados detalles en crayón a los lados y con llamativos motivos alusivos a payasos de circo. Luego, le colocó un volante construido con ramas de un árbol caído cerca de su casa. No funcionaba muy bien, así que le ató unas cuerdas a los alerones de forma que un giro en el timón ocasionara un torpe movimiento de los improvisados alerones. Seguidamente pensó en como hacer el motor de su nave espacial. Se le ocurrieron muchas ideas, algunas incluso rayaban en lo escatológico (propulsión a chorro mediante gas metano), pero finalmente optó por lo que le parecía más lógico: Ser arriado por un ave que le llevara muy alto. Sólo que tenía un problema. No tenía a su disposición tal ave. Lo más cercano que tenía era su fiel compañero canino, que por más alas de papel que le pusiera, no lograba alzar vuelo. Se dedicó entonces a buscar un ave lo suficientemente poderosa para impulsar su sueño aventurero.

Su primer intento fue con los pequeños pericos de su madre, los cuales cogió a hurtadillas y les colocó una cuerda alrededor de su cuello, con la mala fortuna que el primer perico fue ahorcado por la presión del cordel. Probó entonces con otro perico, al cual le amarró el cordel un poco más abajo, a la altura del pecho. Sin embargo, la pequeña ave fue lo suficiente hábil como para zafarse y huir raudamente de su infantil torturador.

El niño, decepcionado, mas no derrotado, siguió buscando propulsores para su cohete. Se le ocurrió entonces que podía cazar un pájaro tendiéndole una trampa. Cerca de su casa solían rondar grandes manadas de zamuros, los cuales, pensó que le servirían adecuadamente a sus fines. Colocó entonces un pocillo de comida (algo putrefacta, por cierto) debajo de una jaulita de madera toscamente construida por él. La jaula, débilmente sostenida por una fina vara, era apenas lo suficientemente grande para contener en ella un pájaro de medianas características. Aguardó cierto tiempo viendo la jaula y esperando que algún zamuro incauto cayera, pero éstos parecían conocer su intención. En un momento, el niño tuvo sed y fue tan sólo un momento a buscar algo de agua. En tanto, se percató que un zamuro se posó sobre el plato de "comida", por lo que corrió desbocadamente hasta donde se hallaba el cordel que estaba atado a la vara. Asustado por la algarabía, el zamuro emprendió vuelo rápidamente, huyó del infante y su primitiva trampa.

Aún con intensos deseos de construir su cohete, el niño no se dio por vencido y siguió aguardando a que un zamuro llegara y cayera en su trampa. Esta vez, el niño se escondió en unos matorrales cercanos, de manera que los carroñeros no le pudieran ver. Luego de varias horas de espera (y algunas siestas inesperadas), el niño por fin logró su cometido: capturó a un joven y enérgico zamuro. Con mucho cuidado, ató la cuerda alrededor del cuello del carroñero, no muy fuerte, no muy floja. Seguidamente, amarró la cuerda a la punta de su nave.

Quiso entonces hacer su primera ignición de prueba, por lo que trató de espantar al zamuro y ocasionar así que alzara vuelo. El zamuro, con todas sus fuerzas, trató y trató de volar, pero por más que intentaba no podía levantar tan pesada carga. El niño se dio cuenta que necesitaba una legión de zamuros a su servicio para poder prender su motor.

Con mucha emoción por los resultados de su primer experimento, se dedicó a la tarea de cazar más zamuros para que arriaran su nave. En un día logró capturar 2 y al siguiente 4. Con ellos, contaba con 7 zamuros, suficientes según su parecer para hacer volar su máquina. Viendo la hora y la proximidad del ocaso, el ingenioso niño decidió hacer su primer vuelo a la mañana siguiente, guardando su máquina y su pelotón de carroñeros en un viejo depósito. Tapó muy delicadamente con un manto el fuselaje y alimentó profusamente a sus bestias de arreo, preparando todo para su gran viaje.

Muy emocionado por lo próximo de su viaje y la idea de al fin alcanzar sus sueños, se acostó en el la grama de su casa a contemplar las estrellas. Fantaseó toda la noche con la idea de visitar cada una de ellas y conocer nuevos lugares, seres de otros planetas y formas de vida insólitas. En ese acto de pensar todas las aventuras que le deparaban, cayó en profundo sueño. Sus sueños, no fueron otra cosa que el viaje intergaláctico.

Al romper el alba, el sol golpeó sus párpados y el niño con pereza se despertó. Fue entonces a lavarse la cara y así espabilarse. Cuando enjuagaba sus manos, recordó que se había olvidado de amarrar su cohete a un lugar seguro y que probablemente éste saliera volando sin su piloto y constructor. Salió corriendo desesperado al depósito donde estaba el cohete, para tan sólo encontrar que éste no estaba. Se había ido y tan sólo quedaban los despojos de comida del festín de los zamuros.

Y así terminaron, sin pena ni gloria, los fantasiosos sueños de viajes estelares de un niño cuyo ingenio y valor, no fueron suficientes para alcanzar las estrellas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Universidad Central de Venezuela

Universidad Central de Venezuela.
http://www.ucv.ve/

Facultad de Humanidades y Educación de la UCV.

Biblioteca Central.

Revista Urbana. Catálogo de Revista Urbana del Instituto de Urbanismo.

Fundación UCV. La Universidad Productiva.

Escuela de Biología de la UCV.

Centro de Estudios de la Mujer.

Revista ENCRUCIJADAS. Diálogos y Perspectivas.

Revele. Catálogo de Publicaciones Científicas Digitales de la UCV.

Estudiantina Universitaria.

CENDES. Centro de Estudios del Desarrollo.

Periodismo de Paz. Conflictos, periodismo, nuevos medios y construcción de redes desde Venezuela.

Blogs

Otros blogs de interés