La Tierra Prometida (Parte 1). Por Aquiles Salcedo.

Muchos años después, viendo volar las aves, el ya convertido en hombre Vaclav había de recordar aquellos tiempos donde su vida cambió por completo. Su hogar era entonces un lugar donde imperaba la soledad, el desasosiego, el desamparo… el mundo para él no tenía sentido –¡Y claro! ¿Qué más puede pensar una criatura de diez años al morir sus padres?–. A pesar de eso, Vaclav no estaba sólo, vivía con sus abuelos: el señor Lewis y la señora Sophie. Ellos se hicieron cargo del pequeño luego de la inesperada muerte de sus padres.

El señor Lewis tenía setenta años de edad, siempre salía temprano de la casa a trabajar en su tienda en la cual vendía electrodomésticos nuevos y usados a un módico precio. Por su parte, la señora Sophie –siempre tan discreta con su edad, tanto así que incluso su esposo nunca llego a saber la edad real de ella, aunque le calculaba tener su misma edad– se encargaba de las labores del hogar además de cuidar de Vaclav y estar pendiente de él en sus deberes escolares.

El mes de junio es el mes en el cual la tienda tenía mayor afluencia de clientes. Por lo cual se convertía en el mes que le generaba mayores ingresos, aunque también debía trabajar hasta más tarde. Del dinero generado por la tienda, el señor Lewis tomaba parte para realizar las compras de la casa y le daba también una parte a la señora Sophie y a Vaclav para sus propios gastos. Afortunadamente para ellos todo marchaba bien.

–No hay de qué preocuparse cariño, ya Vaclav superó la muerte de sus padres– dijo el señor Lewis.
–Bueno, si tu lo dices– respondió la señora Sophie inocentemente sin saber que el señor Lewis estaba equivocado.

Cinco meses después de la muerte de sus padres, Vaclav no lograba concentrarse en sus estudios. Vivía día y noche pensando en sus padres; el dolor lo agobiaba.

En la hora del recreo era el único que se quedaba triste y cabizbajo en el salón de clase mientras que los demás niños corrían para salir al patio deseosos de jugar con sus amigos y mostrarles los juguetes que de sus casas traían. La maestra Carter al notar esto, le preguntó al niño de forma amable y maternal:

–¿Qué te pasa mi niño?
–Es que extraño a mis padres– respondió con lágrimas en los ojos.
–No te preocupes mi niño– le dijo la maestra con compasión. –Aquí tienes mis hombros para secar esas lágrimas-.

Después de haberle contado todo sobre la muerte de sus padres, Vaclav se sintió ligeramente aliviado, como si hubiera hecho una tarea pendiente. La maestra Carter conmovida por el relato del niño, sintió un inmenso dolor por su tragedia.

Eran ya las doce del medio día, los niños estaban siendo esperados por sus padres para marcharse a sus respectivas casas salían del aula llevando en la espalda sus mochilas.

La maestra Carter no quiso irse sin antes decirle a Vaclav algo que ella estaba segura que pasaría; cuando Vaclav salía del aula ella lo invitó a que se acercara y le dijo:

–Eres un niño de corazón noble y debe ser muy duro para ti no tener a tus padres contigo, peros debes comprender que en la vida hay momentos buenos y malos y llegan de una forma inesperada y sólo nos queda esperar que esos malos momentos sean lo menos doloroso posibles y disfrutar al máximo los buenos. Estoy segura que volverás a ver a tus padres de nuevo.

Después de esas palabras, Vaclav entendió un poco más el significado de la vida y notó cómo sus pesares se iban sanando a la vez que se quedó intrigado con las últimas palabras de su maestra.

La señora Sophie llego a las doce y treinta preocupada porque su nieto estaría esperándola solo sin ninguna compañía puesto que ya todas las personas que allí se encontraban se habrían ido. Al verlo le dijo:

–¡Perdón por llegar tarde! Tenemos un montón de cosas por hacer. ¡Vámonos!

Fueron a la tienda del señor Lewis. Luego de almorzar, Vaclav empezó a realizar sus deberes escolares mientras sus abuelos comentaban la foto de la primera plana de un diario local.

Después de un rato, se fueron juntos a su casa.

Ya en casa, Vaclav se quedó toda la noche dándole vueltas en su cabeza aquellas últimas palabras que su maestra le había dicho al terminar la clase. Quedo agotado y decidió irse a la cama a la hora de costumbre, no sin antes rezar sus oraciones y pedir a Dios por sus padres donde sea que se encontrasen. Mientras Vaclav dormía, sus abuelos discutían la forma que podrían ganarse la confianza de su nieto.

–Tenemos que hablar más con él– dijo la señora Sophie un poco disgustada.
–Está bien mujer– respondió el señor Lewis queriendo salir del paso.

La mente rudimentaria del señor Lewis no le permitía ver más allá de la conducta de su nieto. Lo único que decía es que el niño necesitaba que fuese metido en un internado y que los especialistas hicieran el resto; cosa con lo que su mujer estaba en total y rotundo desacuerdo. Ella era partidaria de la idea de estar con Vaclav proporcionándole cariño, comprensión, educación… prácticamente cumpliendo labores de madre adoptiva.

En ese momento, Vaclav sentía más apoyo y afecto por parte de su maestra que por sus padres substitutos. Su abuela lo dejo en el colegio, al llegar, Vaclav miraba por todas partes en busca de su maestra hasta que la consiguió. Su rostro se iluminó tanto como el brillo ardiente del sol y se sentía orgulloso por tener a la señora Carter como maestra.

De nuevo, todo transcurrió como aquel día en que la maestra Carter le dijo esas sabias y oportunas palabras a Vaclav; sólo que esta vez, Vaclav sí salió a jugar con sus compañeros. Entre ellos se encontraba Tom; El que tenía más confianza con él. Luego, cuando todos partían a sus casas, Vaclav vio la oportunidad idónea para preguntarle a la maestra Carter esa duda tan inaccesible que en aquella oportunidad no pudo resover.

–Maestra, tengo una duda– dijo él.
–Dime cuál es y con gusto te responderé– respondió ella.
–No sé qué quiso decir cuando dijo que estaba segura que vería a mis padres de nuevo… ¿cómo los voy a volver a ver si están muertos?– Preguntó Vaclav seguro de sí mismo.

La maestra Carter se impresionó un poco, con una sonrisa en la cara le contestó:

–No seas impaciente, a medida que transcurre el tiempo te darás cuenta de lo que te quise decir– Vaclav, que no se quedó muy conforme con la respuesta entendió que si la maestra Carter le dijo eso es por algo y decidió esperar a que ese momento llegara.

Mientras tanto, el señor Lewis estaba en su tienda atendiendo clientes y cuando de repente llegó su esposa y le dijo:

–¡Vamos a buscar a nuestro nieto!
–Está bien, como digas– respondió él sorprendido por la llegada tan inesperada de ella.

Enseguida cerró su tienda y se dirigieron como acordaron a buscar a Vaclav. Al llegar, no encontraban a su nieto. Preocupada la señora Sophie gritaba: ¡Vaclav! ¿Dónde estás?

–Tranquila, debe estar jugando cerca de aquí– respondió él en cierta parte para tranquilizarla. Al caminar más adelante, vieron a Vaclav sentado en un banquito, al lado con la maestra Carter.

–¡Vaclav! – gritó emocionada la señora Sophie.
–Viste, te lo dije. –Exclamó él.
–No se preocupen, no me iba a ir hasta que viniera alguien y buscara a Vaclav– Respondió la maestra.

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