Una vida pasa Sofía. Por Kat Lui.


No sé por qué volví a este lugar, en donde el vacío existencial es más grande que mis ganas de morir. Quizás en el fondo me guste este vacío que siento, sino ya hubiera podido dejar de estar en este y en todos los lugares. Recuerdo como si fuera ayer el día en que llegué allá, a aquella ciudad minada de personas con un rumbo definido, aquellas personas tan diferentes de mí y de los míos.


Él se llamaba Manuel. Lo vi por primera vez subiendo la cuesta de la pradera, sudando como si su cuerpo se iba a derretir. Tenía los ojos tan grandes como el universo y sus pestañas tan largas como el infinito. Recuerdo tratar de haberlo seguido ese día, él parecía no tener rumbo fijo y lo vi desaparecer entre la multitud. Pensé que no lo vería más nunca, pero otro día lleno de infortunios lo encontré entre los demás, aquellos tan diferentes de los míos y de mí. Esta vez yo también iba sin rumbo por las calles de la ciudad, él me vio, yo lo vi y fuimos uno. Un mes después estábamos juntos y yo olvidé el por qué estaba en este lugar, lo olvidé por completo porque cuando estaba con él, todo lo demás, mi mundo y mis razones, dejaba de existir. Fui seleccionada entre muchas otras, quizás me escogieron porque era la que más se parecía a aquellas féminas, quizás me escogieron porque formaba parte del equipo investigador. Kamil soy en Tarvos, mi actual lugar; Sofía me llamaba en aquel, pero también de eso me olvidé…


Mi gran temor era que él lo supiera, que supiera que no soy como todas las demás de su mundo. Mi segundo temor era que me abandonara, que se fuera con una de su mundo. Al final mis dos temores se apropiaron de mi existencia, carcomiéndome las ganas de vivir. En Tarvos la vida, si se puede llamar vida, es completamente diferente a la gente del otro mundo. Acá las personas no tienen familia, pareja o un hogar. Acá las personas no tienen esa tipo de relación que allá llaman 'humana', acá las personas no deberían llamarse personas porque no tienen sentimientos ni saben cómo sentir algo por los demás.


Lo que sobra en el mundo del más acá es la ciencia. Soy (¿o era?) investigadora en el departamento de ciencias ocultas. Para los del más acá, la gente del más allá, la interrelación que hay entre ellos mismos y sus emociones, son consideradas ciencias ocultas. Son denominadas de esa forma porque en el más acá los sentimientos humanos son considerados creencias y prácticas místicas que desde la antigüedad pretenden penetrar y dominar los secretos de la naturaleza y desarrollar los 'poderes ocultos' del ser humano. Seres humanos es lo que no somos los del más acá, quizás porque llevamos 2.000 años más de evolución (¿o involución?) y hemos perdido las facultades más elementales de la humanidad como lo es el poder sentir y apropiarnos de nuestra existencia. En Tarvos no existen las Bellas Artes, la música o la filosofía, en el más acá nadie se plantea cosas relativas a la existencia, la verdad, la moral, la belleza, la mente o el lenguaje; simplemente es todo plano y casi mecánico.


Pero volveré a Manuel, mi felicidad efímera, mi mejor y único recuerdo. Cada vez que lo imagino, que lo figuro en mi mente, no me deja más que un dolor en el pecho y una angustia sin anhelo. Siempre me viene a la mente aquel día en que estábamos juntos en la cama, él tomó un mechón de mi cabello y me dijo que era tan suave como la seda y que quería poder tocarlo por el resto de su vida. Ese fue el mismo día al caer la noche en que le tuve que decir que debía irme, que no podía explicarle el por qué pero que probablemente no volvería jamás.


Desde Tarvos se encargaron de recordarme cuál era mi misión en el mundo del más allá: explorar los sentimientos y el mundo interno de los humanos con el fin de apoyar las teorías del departamento de ciencias ocultas. El departamento trataba de comprobar que la humanidad en la tierra no había evolucionado notablemente debido a la presencia de lo que ellos llamaban en la tierra 'el espíritu' o 'el alma'. Tuve que ir de regreso a Tarvos para enseñarles lo que había aprendido mientras estuve en el más allá. Les traté de explicar que estaban equivocados, que el cultivo del espíritu humano, las Bellas Artes y el razonamiento del ser debía formar parte de nuestra sociedad en el más acá, que sin eso estábamos completamente muertos. Por hacer esas afirmaciones escribí mi condena. Me quisieron apresar, me quisieron liquidar pero pude finalmente escapar.


Volví al lugar que nunca debí abandonar, volví para encontrar de nuevo a Manuel, pero ya habían pasado dos años, en los que preparé todo para poder escaparme. Intenté buscarlo, intenté esperarlo. Recuerdo en esos días llenos de languidez haber estado sentada en una plaza, de pronto lo vi pasar y sentí que los segundos dejaron de correr y todo se detuvo. Fue como si lo volviera a ver por primera vez, a pesar de no estar cerca lo pude oler y tocar. Pero todo volvió a la normalidad, cuando pude ver que Manuel ya no era más mío, que me lo habían arrebatado hace tiempo atrás. ¿Por qué no me esperaste Manuel? ¿Por qué no me buscaste ni me encontraste en tus sueños mientras yo regresaba? ¿Por qué me dejaste ir? Pensé tantas cosas mientras una de ellas, de las del mundo del más allá, tomaba su mano y se marchaba con Manuel y el fruto de su amor en su vientre, algo que yo, por ser del más acá, nunca le hubiera podido dar.
En esa plaza también fue donde me capturó la policía de Tarvos y me mandaron de vuelta. Escribo mis últimas palabras en este diario, con la esperanza de que alguien del más acá lo descubra. Acá en esta celda, mientras recuerdo mis últimos ecos punzantes del ayer y desangro mis últimas gotas de vida, yo Kamil del más acá, solo puedo pensar en dos cosas: la vida sin Sofía no es vida, pero si no está Manuel es como si nunca hubiese existido de verdad.

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