El balancín de la infancia. Por José Javier González.


Basado en “Los columpios” de Fabio Morábito


Los columpios representan la vida, la nostalgia de la niñez. Una de las cosas que catalogamos como las más insignificantes, pero resultan ser las más significativas en la vida. Cuando somos adultos sentimos la tentación de balancearnos, ese sentimiento que nos invade al estar cerca de un columpio, porque siempre tenemos ese recuerdo, de cuando las cosas eran más simples, cuando no teníamos responsabilidades, cuando no habían preocupaciones. A pesar de ser un simple balanceo, el columpio es musa, es ambivalencia, más que cadenas rechinantes.


La vida se pasa tan rápido, que no percibimos que cuando dejamos de mecernos en un columpio, la monotonía y la rutina nos invade. Nos gustaba tanto el columpio que, aunque nos sangrasen las rodillas, los codos, las manos o incluso el rostro, apenas pasaba un poco el dolor nos volvíamos a balancear. A pesar de haber sido castigados por ensuciar nuestra ropa, el columpio era un sentimiento sublime.


Es la distracción favorita en un parque, donde los niños se mantienen por más tiempo. En un comienzo, por lo general nuestros padres, nos empujaban para poder balancearnos, pero con el tiempo, éramos nosotros los que doblando y estirando las piernas, lográbamos ir con más y más potencia, casi tratando de volar.


Viento que agita el cabello,

pasar del tiempo

¿Cuando dejamos de emocionarnos

por lo más simple?

momento en que dejamos de ser niños,

las cosas que nos hacen sentir vivos,

el ir y el venir por los caminos,

es preludio de lo que vendrá,

el rostro hacia la inmensidad azul

rayos de sol, brisa y felicidad,

pero es cosa de momento,

al instante nos alejamos de la magia,

sentimos miedo de caer,

dirección contraria,

gravedad al atraer,

la grava, el piso, desfallecer.

Es filosofía intrínseca en la simpleza,

es alegría, ilusión, inocencia,

pero a la vez es llanto, sangre y sufrimiento,

apenas nos reponemos volvemos al andar,

aunque tengamos el riesgo de volver a caer,

no es demostrar masoquismo,

no es volver a tropezar con la misma piedra,

es volverlo a intentar,

es la ilusión de alcanzar el rayo de sol,

fusionarse con la brisa,

es la vida y el persistir,

es la persistencia y el vivir.

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