Pensamientos articulados III. Por Ramón Morales Castel.


1. ¿La historia de qué? Desde tiempos remotos el ser humano ha buscado alivio a sus pesares, a sus miedos, a su sufrimiento. Siendo una criatura débil, tan débil como la mayoría de ellas, y mucho más débil que las más fuertes, sólo ha tenido su astucia, su inteligencia para sobrevivir. Partimos de los tipos más primitivos –los más fuertes– de homínidos, y mientras más nos alejamos de ese tipo (ya lo estamos bastante), más débiles en lo biológico somos. La historia del ser humano es la historia de un tipo de ser, un ser sensible, mas, también es la historia de un ser pensante, de un ser que ha aprendido a utilizar su cerebro para sobreponerse a su debilidad física natural, congénita. La evolución no nos dirige necesariamente a estados acabos de perfección: es un deambular, un devenir que parece ciego. Pero nuestra también es la historia de la emergencia del espíritu humano, esa quintaesencia relativamente reciente respecto a la historia biológica total de nuestra especie. La historia del espíritu humano se basa en el lenguaje. Eso que somos como Dasein (ser-en-el-mundo) sería inexistente sin el lenguaje, y sin embargo insistimos en decir que la experiencia de nuestro espíritu trasciende el lenguaje, trasciende la mente. ¿Es realmente así? ¿Quién es subsidiario de quién?


2. La dicotomía que nos divide. La genealogía del espíritu humano es la evidencia de una dicotomía típica del ser humano: nuestra astucia primordial, acorralada entre vivir o morir, acumuló un momentum tal que nos cuesta no percibir dualidades. Pero, ¿no existen esas dualidades que percibimos? Sí, eso es innegable, aunque no se miente cuando se dice que sólo existe el uno. Como sea, hay dualidades naturales, evidentes, comprobables. No obstante, hay una dualidad no resuelta que divide nuestros senderos. El espíritu y la materia. Oriente y Occidente han sido moradas de dos formas equivocadas de resolver este problema, todo por culpa asimismo del lenguaje. Cuando Occidente dice que sólo existe la materia, el cuerpo, la consciencia como función neuronal, negando ese espacio real que etiquetamos con las palabras "espíritu" y "alma", y que no sabemos dónde ubicar, comete el error de afirmar que, pese a que existe el mecanismo, el sustrato, el hardware, no existe el proceso que se da en el cuerpo. Y cuando Oriente dice que sólo existe el espíritu y que el cuerpo, el mundo, y el flujo constante de formas, de cáscaras, de máscaras, son una ilusión, comete el error de divinizar al Dasein, que no es más que un fantasma que vive en el lenguaje, uno que le arroja calumnias al mundo y al cuerpo siempre que puede. Después del diálogo que se ha dado entre oriente y occidente, un occidental típico atormentado por una forma de vida utilitarista, mecanicista, materialista, conseguirá alivio en las etéreas corrientes místicas orientales. Y un oriental que esté cansado de la fantasmagoría religiosa de las especulaciones metafísicas dadas a priori por ciertas, encontrará un paraíso libérrimo de experimentación, sensación corporal sin reproches y una vida ctónica, mundana, que en muchos casos es lo más sano.


3. La pretensión del hombre espiritual. Las religiones orientales son prueba de cómo se ha intentado resolver las dos visiones incompletas de la dicotomía espíritu-materia. Buda resolvió la respuesta al sufrimiento –que uno bien podría considerar natural, intrínseco a nuestra condición, y no lo contrario– creando una "higiene espiritual" que despoja al ser humano de la precaria situación de tener que vivir como si sólo hubiese materia, cuerpo, carne y todo lo que ello implica. Una "higiene espiritual" que no es en absoluto un código representativo de una aristocracia espiritual -en el sentido nietzscheano de la expresión-, sino una salida astuta, la más astuta quizás, a la dicotomía esencial espíritu-materia, y a la tortuosa comparsa de deseos y anhelos que se da batalla entremedio, y que uno tiene todo derecho a poner en orden, a administrar. La metapsicología del Buda está diseñada para que el ser humano se reprograme a sí mismo, para que se sincronice con la nada. De esa manera -es la única-, dejará de sentir, dejará de desear, dejará de sufrir. El fantasma del espíritu encuentra su apología, su epítome, aunque no tanto como en la figura del atman. Pero todo ello es innecesario, o por lo menos, opino que está basado en un error de interpretación de la realidad. Y no me vengan con que no se trata de interpretaciones. Incluso la más sofisticada ascesis budista es una interpretación de la realidad. Yo no veo nada sagrado, nada santo, ningún mérito, en la práctica de ascesis para obtener un alejamiento de lo que nos define: somos seres sensibles, es natural que deseemos, que suframos, que intentemos llenarnos y rellenarnos y cavar más y más en la materia y en los otros. Yo no pienso que “renunciar” al mundo, a nuestra condición de seres sensibles, sea un acto meritorio. Es sólo un truco de la mente que se aprende y que rinde beneficios psicológicos, que produce economía de la energía y de los nervios. Cualquiera puede hacerlo, cualquiera puede necesitar hacerlo, y puede tener derecho a hacerlo. No obstante, no veo cómo alguien que lo haga puede percibirse a sí mismo como un tipo de humano superior, evolucionado, “espiritual”. Así, el fantasma del espíritu, se alza lleno de pretensión, por sobre los conceptos de cuerpo, mundo, carne, cuando en realidad no es más que una función de estas substancias y materias.


4. La distribución y configuración de la materia y de la energía. En el ateísmo y en el materialismo científico occidental se niega la existencia de las mónadas espirituales, de la esencia que transmigra, y de las substancias y mundos metafísicos. Se dice que sólo existen los átomos y la energía material. Y luego sus antagonistas preguntan: "El átomo está 99% vacío, ¿Cómo podemos ser 99% nada?" Pero sí podemos, y somos 1% de algo. Además, no se trata de la concentración, de la densidad, de la masa, sino de la distribución y de la configuración de ese 1%, en un espacio que suma 100%. Toda nuestra mente, nuestra actividad cultural universal a través de las eras, nuestro legado codificado por el lenguaje, el lenguaje mismo, todo puede ser consecuencia y reflejo de nuestro substrato físico: nuestro cerebro, nuestros genes, nuestros cuerpos, ese 1% de materia, y ese 99% de vacío penetrado por energías, campos electromagnéticos y flujos. Siguiendo la navaja de Ockham: no hay necesidad de suponer la existencia de mundos metafísicos y de esencias espirituales metafísicas para explicar lo que somos y cómo funcionamos. Incluso la experiencia mística, el arrobo, el éxtasis, pueden explicarse –y experimentarse justificadamente, sanamente, sin autoengaños– siguiendo este modelo material del universo.


5. El suicidio de la individualidad. ¿No es curioso que algunas formas de budismo afirmen que la nada es la "verdad absoluta", que los fenómenos están vacíos de significado, que el ser humano alcanza la cumbre de la existencia y de la iluminación espiritual al "hacerse uno" con la nada? ¿Que aún diciéndolo así, no se puede explicar bien, y que todo el proceso supuestamente está más allá de las palabras? ¿No se dan cuenta que todo esto es un juego del lenguaje? Me parece que ese estado espiritual supremo bien se le ha llamado aniquilación. Se aniquila al ser humano, se le despoja de su capacidad de sentir, de pensar. Se anula, se nulifica, se hace cero. No hay reacción, tampoco acción. No hay mente, tampoco sentimiento. La corteza cerebral, por medio de un entrenamiento que no tiene nada de sorprendente ni de especial, anula todos los impulsos y reflujos de las partes más primitivas del cerebro. El neocórtex en toda su pretensión, se adueña de todo el cuerpo, de todo el ser, congelando todo lo que esté por debajo de él. Es el suicidio de la individualidad, es la muerte de aquello que –naturalmente y con todo derecho– brota del cuerpo, de la materia, del substrato. No veo que eso sea una "verdad absoluta", no veo que eso sea un "estado supremo". Simplemente es un truco más de la mente, la astucia primordial de nuestro tipo, sublimaba y sofisticada al extremo. Con razón Nietzsche describió el Budismo como una forma de nihilismo. Es un intento de resolver la dicotomía conceptual entre espíritu y materia. El problema es que ese asunto no es más que un malentendido producido por el lenguaje, con no menor perjuicio que el que implica el prejuicio según el cual los hombres “inferiores”, es decir “no espirituales” (según el asceta y el santo), se encuentran atrapados en el lenguaje, en las ilusiones de la gramática. Sí, si existen esas ilusiones, esas trampas. Pero escapar a ellas por medio de la autoaniquilación no me hace más humano; todo lo contrario, me hace menos humano. Y aún así, ese suicidio de la individualidad no es nunca absoluto, no se logra completamente. Por mucho que el asceta, el santo, el renunciante, se sienta uno con el todo, mientras tenga su propio cuerpo, su propio cerebro, seguirá siendo un individuo, hasta que muera y su cuerpo se reincorpore a la tierra.


6. Una visión nueva acerca de los conceptos de alma y espíritu. Y ¿cuál es la verdad? ¿Cuál sería una solución superior al problema del sufrimiento, de la debilidad del ser humano, de su necesidad imperiosa de sentirse superior a todo, de que quererle "ganar a toda costa" a la naturaleza, de "salirse con la suya"? ¿Cuál es aquí el autoengaño? Cuando, yo, ateo materialista, he dicho "espíritu" y "alma", se me ha visto raro y se me ha dicho: "Tú no crees en el espíritu, tú no crees en el alma, ¿por qué hablas de ello como si existiera, como si afirmaras que existe?" Porque traigo una nueva visión de "alma" y "espíritu". Es una visión materialista, científica. He escrito que alma y espíritu son el aroma de la materia. Para mí, alma y espíritu no son realidades metafísicas, no tienen existencia ontológica propia, desvinculada de la materia. Son funciones de la materia, son procesos y configuraciones materiales, energéticas. La materia y la energía material son su misma substancia. Cuando el diseño de ese 1% es destruido, alma y espíritu desaparecen. No se puede seguir oliendo el perfume de una flor una vez que ésta ha dejado de existir. Sólo en la memoria, como un recuerdo, una evocación. En ese sentido, el ser humano que vive en las “realidades espirituales”, es decir, que tiene su fisiología acostumbrada a manejar esos términos y procesos, no tiene ningún derecho a calumniar la materia, el cuerpo, la carne, y viceversa. Y el ser humano que no lleva su neocórtex a un estado de exaltación, por sobre los cerebros más primitivos que yacen en él, no tiene motivos lícitos para sentir remordimientos de consciencia por llevar una vida “mundana”, porque la materia es la substancia misma de eso que llamamos alma, espíritu. En todo caso tendría que verse qué tipo de vida mundana lleva, porque, como en todo, los excesos degradan. Cada tipo fisiológico asumiría la preferencia de uso, de funcionamiento de su cerebro, sin sentirse superior o inferior al otro, o más importante o menos. Creo resolver así la dicotomía primordial, sin evadir el lenguaje y la gramática y todas sus trampas.


7. Vivir en el límite periférico de la Energía (lo que dice la voz del Diablo). Esta solución de la dicotomía espíritu-materia fue expuesta por primera vez, hasta donde sé, por William Blake, quien pone en boca del Diablo una exégesis impecable. No es descabellado pensar que alguna porción secreta del mismo William Blake creyera de alguna manera estas proposiciones. Lo revolucionario, lo diabólico, de dicha explicación debería referirse a la controversia que generó en la coyuntura en la que fue dada, a la época de Blake, pero también pienso que puede referirse a la sabiduría liberadora, transformadora, que contiene:


“Todas las Biblias o códigos sagrados han sido causa de los Errores siguientes:

1. Que el Hombre posee dos principios reales de existencia: un Cuerpo y un Alma.

2. Que la Energía, llamada Mal, sólo nace del Cuerpo y que la Razón, llamada Bien, sólo nace del Alma.

3. Que Dios atormentará al Hombre en la Eternidad por seguir sus Energías.

Mas los Contrarios siguientes son Verdaderos:

1. El Hombre no tiene un Cuerpo distinto de su Alma; pues lo que llamamos Cuerpo es una porción de Alma discernida por los cinco Sentidos, las puertas principales del Alma en esta era.

2. La Energía es la única vida y nace del Cuerpo; y la Razón es el límite o circunferencia periférica de la Energía.

3. Energía, eterno Deleite.”


En esta brillante exposición de principios de interpretación de la naturaleza humana, el Diablo toma la Energía como punto de partida, lo cual es razonable si consideramos que incluso la materia como la conocemos es energía “empaquetada”. Toda la realidad se puede reducir a energía. Aquí el Diablo utiliza la palabra arcaica Alma para denominar la totalidad de la Energía del ser humano: el Cuerpo no es más que la porción discernible, perceptible, de esa galaxia de energía que es el Alma. Maravilloso, porque así se entiende al cuerpo como contenido, y al alma o energía como continente. (Esta imagen también la he encontrado en algunas formas de taoísmo y de budismo chan.) Los sentidos deberían ser sagrados en la medida en que son “las puertas principales del Alma”, y ¡en verdad lo son! Por esta razón nos parece ilícita la calumnia del filósofo y del hombre religioso en contra de los procesos sensoriales. Pero “la Energía es la única vida”, dice el Diablo, “y nace del Cuerpo” (en otras palabras: el alma es el perfume, el aroma de la materia, del cuerpo), por lo que toda calumnia al cuerpo, toda renuncia a la carne, es una forma de calumnia y de renuncia a la vida, de lo que se desprende la sensación de enfermedad, de precariedad del hombre renunciante, del hombre “santo”, el sentido de decadencia, de debilidad, del hombre religioso, del budista que aspira al Nirvana. “La Razón es el límite o circunferencia periférica de la Energía”, es decir de la vida. Para mí sólo sería válido una ascesis de autocontrol de la Razón (llamada Bien), en cuanto una esclavitud a ella implica la no percepción total, el no involucrar toda la Energía del ser. Depositar todo el peso de la consciencia en la Razón (en el Bien), significaría vivir en “el límite o circunferencia periférica de la Energía”. Una vida plena, que integre contenido y continente en una danza expectante sería entregarse a la totalidad de la Energía, incluyendo sus núcleos. Eso significaría vivir en un “eterno Deleite”, mientras que el hombre religioso, el “santo” y el renunciante del mundo, del cuerpo y de la carne, aunque se perciban a sí mismos como una “avanzada”, una “vanguardia” de la humanidad (he ahí la impostura, el orgullo espiritual), en realidad se restringen a una vida periférica, a vivir en el límite periférico de la Energía.

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