Murmullo

Por Ramón Morales Castel


Esa persona no te agrada del todo. No es que la odies. Es simplemente que hace cosas desagradables, y como te ves forzado a verla muy seguido -no puedes evitarlo-; tu desagrado se ha ido convirtiendo en un fastidioso desprecio. Tú estás a veces seguro de que hay personas que están demás en el mundo. Es uno de esos pensamientos que no le dices a nadie porque no es un pensamiento políticamente correcto. Tú opinas que estamos abusando del imperativo biológico de la reproducción y que ese abuso está dañando a la especie. Piensas que su ocurrencia excesiva es el origen de grandes cantidades de seres humanos que te gusta llamar "chandala". Seres humanos sin propósito, sin voluntad de crecimiento. Una sustancia de relleno de la que bien se podría prescindir. Pero no se lo explicas a nadie, porque sabes que pensarán que eres un snob insensible. Pensarán que no te importa la vida, que eres capaz de participar en algún plan para la eliminación de la "chandala". Reconozcámoslo. De una idea como la tuya, la idea de la "gente que está demás" y de la que bien se podría prescindir, hasta el genocidio, el holocausto, sólo hay un paso. Sólo basta que algún loco con exceso de voluntad de poder -o con un exceso en la dimisión de la esencia humana- haga de esa idea el centro de su obra, y millones podrían ser exterminados. Tú bien sabes que no estás de acuerdo con la matanza de seres humanos, ni siquiera bajo condenas supuestamente justificadas. Sabes que a pesar de tu idea de "chandala", serías incapaz de participar o apoyar un genocidio. Por eso no le comunicas a nadie tu idea de la "gente que está demás" en el mundo. Pero aún así, con esta persona, no puedes evitar volver a ese pensamiento, acucioso sobremanera.


Estás sentado. Esta persona que detestas un poco se acerca. Se sienta a tu lado. Estáis frente a un televisor. No quieres hablar. Sabes que podrías pararte e irte. Sabes que tienes muchas opciones para evitar exponerte a tu propio sentimiento de desprecio, que, aunque ligero, es fastidiosísimo. La otra persona no lo sabe. No se lo has hecho saber. Eres complicado. Prefieres guardártelo porque piensas que es tu responsabilidad lo que piensas y sientes. Tampoco te alejas, porque tienes la convicción de que permanecer es una mejor muestra de fuerza y poder. Algunas de las personas que conoces se mueven de aquí para allá cuando algo les molesta, y creen que están siendo más versátiles, más listos, más fuertes. Tú, sin embargo, piensas que permanecer y conquistar el lugar, la situación, es mucho más difícil; es algo que requiere una mayor fuerza y resistencia. Por eso te quedas sentado junto a aquella persona que no te cae bien. También lo haces porque piensas que rendirte a un sentimiento de desprecio de manera tan fácil es algo de mal gusto. Piensas que sería una mácula sobre tu espíritu dejarte mover tan fácilmente por ello. Así que permaneces impasible, como si nada.


Estáis viendo ese comercial que tanto te gusta. La mejor parte se trata de animación 3D. Te gusta todo en ese comercial. La música, la animación, la historia. Hay todo un mundo dentro de la máquina, con locos y divertidos personajes. Hacen toda una fiesta cuando la botella está a punto de ser entregada. Hay un desfile con fuegos artificiales y un beso de locura. Las imágenes, los movimientos, son rápidos. Es necesario verlo varias veces para apreciarlo mejor cada vez. Y cada vez que lo ves te gusta más. Has logrado olvidar tu ligero y fastidioso sentimiento de desprecio por esa persona que se sentó a tu lado. Has logrado disfrutar de ese comercial que tanto te gusta. Y cuando está terminando y estás consciente de que la distracción se agotará, con lo cual volverás a tu disgusto, aquella persona a tu lado ha pronunciado algo muy suavemente. Se había quedado inmóvil durante todo el comercial mientras pensabas que en cualquier momento diría algo estúpido, un comentario nulo completamente fuera de lugar. No obstante, se ha quedado completamente inmóvil, y ha dicho con la voz más suave y tierna posible: Coca-Cola. Por un segundo pensaste que lo habías imaginado. Luego llegaste a la conclusión de que no fue así. Realmente aquello fue pronunciado. Justamente cuando pensaste que cualquier otra cosa iba a ser dicha, se ha dicho lo más obvio y simplemente posible. Y el volumen de su voz era tan bajo que por un segundo pensaste que lo habías imaginado. No pudiste evitar conmoverte por un acto tan delicado de articulación de lenguaje. No pudiste evitar que cualquier desprecio previo se disipara de un solo golpe, como si una supernova hubiese estallado dispersando mágicamente una cortina de negras y frías nubes. Te has avergonzado de haber sentido ese desprecio, aunque haya sido ligero y temperado por cierta tendencia compasiva a la cual no te puedes sustraer, aunque quisieras. Descubriste en ese momento que, aunque bien tienes la capacidad de juzgar la vida, el mundo y a la humanidad, la virtud más grande es permanecer impasible centrado en la médula de esta vida, este mundo, y esta humanidad. Descubriste que, si bien tu opinión acerca de la "chandala" es verosímil, y que evidentemente no hemos aprendido a respetar la vida -en su poder de creación y reproducción-, estamos aprendiendo a respetarla de alguna otra manera.


No me corresponde destruir. Una fuerza mayor bien puede ocuparse de ello.

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