Pasión prohibida


Por Kevin Uribe


Y ahí estaba ella apoyando su cuerpo sobre el mío bajo las sábanas en aquél cuarto de hotel capitalino. Mis manos sobre su blanco y suave cuerpo dibujaban sus divinas curvas como vientos rozando las nubes en una cálida tarde de julio, sus dedos se entrelazaban juguetonamente con sus cabellos mientras nuestras miradas se cruzaban a momentos en los cuales podía admirar en sus intensos ojos marrones la llama de la pasión que instantes atrás nos había consumido y que esperaba pacientemente a ser reavivada; no podía evitar al ver su lunar en su mejilla -pequeña isla oscura y solitaria en medio de un suave y terso mar de color carne- cubrirlo con mis labios y arrancarlo así de su soledad; y sus labios… carnosa y dulce tentación que invita a probar del jugo de la vida, el sueño que arranca de la realidad y transporta a un mundo donde los cielos son de color púrpura y las calles están cubiertas de las flores más hermosas…


Aún permanece latente la sensación de satisfacción que produce el hacer el amor; aquel divino acto en el cual nuestros cuerpos se fundieron en un mar de sudor y saliva. En ese momento realicé un maravilloso viaje a través de los espectaculares paisajes de sus cuerpos, descubriendo los hermosos parajes hasta ese momento desconocidos para mí y que con gran fuerza y locura descubrí; Mis manos y mi boca tuvieron la oportunidad de escalar montañas firmes como el mármol y a la vez cubiertas por la suavidad del terciopelo; luego recorrí su abdomen, desierto de finas arenas movedizas en las cuales me hundí para luego llegar al portal que dirige al monte del destino, donde en una ardiente erupción magmática de los sentidos subí a los cielos como si los dioses me esperasen para tomar puesto junto a ellos.


Experiencia maravillosa llena de deseo, pasión y culpa. En ese momento el mundo había dejado de existir; éramos libres de los juicios y las prohibiciones de la sociedad en la que vivíamos, sólo nuestros sentidos guiados por nuestros instintos reinaban en aquella habitación. Bien sabíamos que no era lo correcto, que la locura cometida podía traer consecuencias desastrosas, mas sin embargo aquello dejó de importarnos al encontrarnos dos valientes que no pudiendo soportar el dolor que causan las quemaduras de un fuego contenido, dejamos de traicionar lo que sentimos para apaciguar la llama ya encendida sin remedio, pasión que esa tarde se reavivaba sin cesar e hizo que devorásemos nuestros cuerpos como caníbales hasta quedar sin aliento.


Pronto tendremos que partir y tomar rumbos separados; yo he de volver a mi vida y ella volverá a la suya. Tratará de esconder el delito que sus ojos traicioneros no sabrán esconder; y deberá vivir con el tormento de tener que encontrarme en la mirada de otro, invadiéndola así tal vez la culpa por el engaño que habrá de cometer, porque seguro estoy de que aunque puede que trate de convencerse de que este encuentro nunca sucedió, el deseo retornará nuevamente cuando nuestras miradas se crucen otra vez y en ese momento la pasión arderá nuevamente hasta quemar; otra habitación de algún hotel capitalino estará esperando a nuestro encuentro para entregarnos sin más remedio al fuego que ha de quemarnos, que exigirá ser apaciguado con nuestros cuerpos entrelazados, amándonos hasta volvernos uno solo y no dejar rastro de existencia en este mundo.

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