Por Ramón Morales Castel
Con frecuencia él se pregunta si acaso no sería una responsabilidad muy grande llevar sobre sí ese peso. El peso de la consciencia aumentada, hinchada, ramificada como un pulpo, metiendo sus tentáculos en muchas esquinas y rincones. Ramificado intrincadamente como las raíces de un gran árbol, un árbol fisgón, con ojos en cada parte, a todo lo largo del cuerpo, y también oídos. No sería acaso una indiscreción insana e imprudente para la economía de la salud emocional propia, hacerse partícipe de gritos que resuenan desde lo profundo del desfiladero misterioso de
Camina él con esa mirada. Él escucha sonidos que ellos no están interesados en escuchar. ¿Cómo ayudaría él? Ella pide a gritos, gritos mudos. La estamos difamando, la estamos desperdiciando. Ultrajamos sus cándidas prerrogativas y no nos importa en lo absoluto. Gozamos de sus concesiones y llevamos al límite una destrucción loca. ¿Cómo pudimos llegar a esto? Él se pregunta. ¿Cómo pudimos hacernos esto a nosotros mismos? ¿Cuánto durará?
Él no quiere llegar a la conclusión de que estamos al borde del suicidio colectivo. Sin embargo eso es lo que es. ¿Cómo es posible que a pesar de haber abusado -como lo hacemos día tras día- del mecanismo biológico de la reproducción -que se supone nos asegura la supervivencia-, lleguemos a desaparecer precisamente por abusar de ello? ¿Cómo es posible que sigamos reproduciéndonos? Él quisiera fundirse en la nada.
Nos hemos convertido en parásitos. Nos comemos al mundo. Lo vomitamos. Lo defecamos. Talamos los bosques. Quemamos el petróleo. Fisionamos y fusionamos el uranio, el plutonio y hasta el agua. Matamos a otro por cualquier razón. Estamos colectivamente enfermos. Sufrimos una psicosis y una neurosis planetaria. Él está seguro que necesitamos sanación. ¿Otra vez? ¿Otro obrador de prodigios? Él piensa que eso está ya muy trillado. ¿Y si todavía estamos a tiempo? No sería suficiente con una horda de sanadores. No sería suficiente con amplificar el grito. Este asunto es muy grave. Este un asunto de vida o muerte. ¿Por cuánto tiempo seguiremos profanando la vida como si tuviéramos derecho a hacerlo sin pagar las consecuencias? No existe la separación. El yo es una ilusión. Lo que le hacemos al mundo, nos lo hacemos a nosotros mismos.
Él es, de cierta manera, un revolucionario. Él cree que es necesaria una revolución de la consciencia. Una verdadera revolución de la consciencia. No importa si las religiones son las muletas. ¡Pero que no sean las excusas! Ha llegado la hora de colocar grandes cadenas. Ha llegado la hora de atar lo que está demasiado libre. Ha llegado la hora de poner fin al libertinaje, a la molicie, a la indiferencia, a la insensibilidad y al egoísmo. Él piensa que es un verdadero comeflor. Es cierto: lo es. Se ríe para aliviar el peso. No quiere frikearse demasiado. Ya su mirada es demasiado cáustica.
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