¡Bienvenidos a la segunda entrega de El Archifonema! Como toda buena semilla que se alimenta adecuadamente sobre suelo fértil, nuestra revista crece y se fortalece. La recepción del primer número fue muy positiva. Y como todo orgullo injustificado es innecesario, escuchamos las críticas constructivas y hacemos ajustes válidos. Ya para este segundo número cinco estudiantes de
En cuanto a los artículos de este número no puedo más que comentar lo orgulloso que me siento de tener amigos con una habilidad natural para escribir y con una vivacidad de pensamiento ejercitada con tan buen estilo y buena consciencia. Javier Medina, por ejemplo, hace un análisis impecable acerca del contenido de un volante oficialista a favor del “si” a la enmienda constitucional. Javier González escribió sobre Oskar Schindler, un hombre que aún hoy algunos creen es una figura ficticia del cine. Y Sergio Mercado hizo un comentario sencillo pero brillante acerca de los estereotipos de nuestra sociedad. Mas, todo en El Archifonema es digno de ser leído, por supuesto.
También me gustaría aclarar que la identidad narrativa en algún texto puede ser diferente a la identidad del autor. En mi texto del número anterior, “Una carta, tres intentos”, hice un ejercicio de estilo en el que imitaba el estilo epistolar de Friedrich Nietzsche. El yo que escribe en la carta no es, punto por punto, el yo (Ramón Morales Castel) que escribió el texto. Sin embargo, hay puntos de identificación entre ambos. Pero el ejercicio de la forma era lo relevante, por muy chocante que le haya parecido el contenido a algunos capitalinos. Y todo esto me lleva a la acotación crucial: no sólo es necesaria la madurez del escritor. Es necesaria también una madurez como lector. Opino que el venezolano es muy pobre en esta última.
Algunos lectores me hicieron algunos comentarios sobre el texto de opinión de Reinaldo Griman del número anterior de El Archifonema. Básicamente los comentarios se reducían a esto: “No me gustó el texto… Es un texto ofensivo y antipático…” y cosas por el estilo. Hablé con Reinaldo y le dije: “Tu texto no tiene nada de malo y es el tipo de texto que me cuadra perfectamente en El Archifonema”. Es un texto de opinión. Y en tales textos se supone que uno escribe lo que piensa. Reinaldo lo hizo sin anestesia, cierto, sin adornos y sin hipocresía (es su derecho y es libre de hacerlo): eso me parece admirable. Se requiere valor, seguridad en sí mismo y sentido de la responsabilidad para decir sin tapujos lo que uno piensa. Por eso apoyo a Reinaldo y a todos los redactores de esta revista que decidan ser valientes y sinceros.
Aún me gustaría decir algo más. Pienso que uno de los peores defectos del venezolano es que se está acostumbrando a ser uno “gallito de pelea”. Soporta muy mal que alguien le critique y tiende a reaccionar infantilmente y con desmesura al más mínimo comentario. Creo firmemente que eso debe cambiar, y parte del propósito de El Archifonema es tener un espacio de autocrítica. Deberíamos dejar de creer en la grandísima mentira de que somos perfectos como somos, que todo está bien y que no hay nada que cambiar, que somos intelectualmente independientes y políticamente maduros. Todo esto son falacias que hay que derribar y la única forma de hacerlo es criticándonos a nosotros mismos dentro de nuestra identidad nacional y someter nuestra propia sociedad a un examen autocrítico de consciencia. Las naciones más avanzadas del mundo, en cuanto unidades socio-culturales y políticas autorealizadas, son aquellas que se han criticado más a sí mismas: Alemania, Francia, Inglaterra, Japón… ¿Por qué no seguir el ejemplo de los logros positivos de los grandes, de los mayores, en lugar de seguir inventando fórmulas que no parecen más que un maquillaje superficial?
Ahora sí se comprenderá bien por qué El Archifonema es una esfera de archiexpresión. Una misión elevada, trascendente, justifica e impulsa esta empresa. Y lo mejor de todo es que es un producto de amigos y no de la obligación o del interés de lucro. Ahora sí, ¡disfruten de su lectura!...
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