Mi querida humanidad, me está dando flojera salvarte cada vez. Insistes,
más recalcitrante que nunca, en derramarte caóticamente más allá
de los bordes decorosos de una adecuada geometría y número. Suelta,
salvaje, libre, esclava de ti misma: me está provocando abandonarte
a tu propia destrucción, multitud en infancia perpetua, homo sapiens et luderis.
Mi querida humanidad, no quieres corregirte. Hija descarriada,
ingrata, exponencialmente tóxica, cáustica sobremanera. Cáncer planetario,
te estás haciendo lamentable en mi preciosa burbuja blanquiazul.
Quisiera enjaezar tu boca famélica, inocular tus henchidas
manías de sexo, de guerra, de horror. Si, infectarte de inocuidad.
Mi querida humanidad, mancha fétida cuadriculada supurando indiferencia.
He decidido pagarte con tu única moneda. He decidido satisfacerme,
oculta en negros pliegues, en mi intransigente rictus. Cortar los hilos que
no has demostrado merecer. He acordado ciertamente con fatalidad,
convertirte en tu propia consecuencia. Una retribución pírrica, se diría.
Mas, para que no te parezca demasiado lacónico mi patronazgo, rígido en
severidad, te regalaré una última y discreta panacea, mi querida humanidad,
tribu hábil en prerrogativas ilícitas. Un niño, ahíto de lucidez, gota de amor,
emperador silente del mundo sin evidencia alguna, deberá ser cultivado.
Corrómpele, sustráele a su sosiego, mátale, mi querida humanidad,
ávida de sangre y de molicie, y te verás caer más todavía.
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