Editorial Número 3.


Para mí no es curioso que el Día de la Tierra se ubique entre el Día de la Mujer y el Día de las Madres; una sucesión de celebraciones de lo femenino que en nuestra sociedad derivada de las sociedades patriarcales antiguas debería recibirse con más seriedad y respeto. Si acaso es lícito -lo creo así- utilizar un arquetipo para hacernos conscientes de nuestro vínculo con el planeta, ese debería ser el arquetipo de la Madre, que en nuestra especie se superpone al de la mujer. No creo que haya sido por casualidad que James Lovelock utilizara el término Gaia para denominar su teoría (la Tierra como un superorganismo que se autoregula y que tiende al equilibrio). Y si nos ponemos estrictos, rindiéndonos a la veracidad intelectual, habríamos de reconocer la superioridad biológica de la mujer, apoyada sobre la evidencia científica de una mayor dotación genética (el hombre posee casi dos tercios de cromosoma menos que la mujer). Por supuesto que una superioridad biológica no implicaría a priori una superioridad moral o espiritual, pero si implicaría mucho de las diferencias entre el hombre y la mujer que parecen estar biológicamente predeterminadas.


Las estadísticas en Occidente muestran que los índices de enfermedades y trastornos mentales son más frecuentes en el hombre que en la mujer. Incluso en las sociedades más “desarrolladas” la esperanza de vida de la mujer supera por varios años la del hombre. Los sanatorios y hospitales psiquiátricos están más llenos de hombres que mujeres y aquellos tienden a suicidarse (o asesinar) con más facilidad que aquellas. Es necesario admitir que estas diferencias podrían ser más bien el producto de una sociedad que insiste en promocionar la fuerza y el desarrollo del varón, porque supuestamente éstas son sus cualidades intrínsecas. No obstante, las estadísticas podrían estar mostrando una realidad que es más evidente de lo que se cree. ¿Quién ha conquistado y librado guerras? ¿Quién ha sido el autor de crímenes tan desalmados y quién maltrata más fácilmente sin escrúpulos el medio ambiente y sus criaturas? ¿No será que el macho de nuestra especie se afana en demostrar fuerza, vigor y determinación, precisamente porque no los posee de manera biológicamente predeterminada? Una muestra excesiva de fuerza y de seguridad en el aspecto masculino es sospechosa precisamente porque parece ser el medio para ocultar una profunda inseguridad de nacimiento.


Oriente bien lo entendió, y de allí la imagen taoísta del agua (yin, femenina) que gota a gota hace un hoyo en la piedra (yang, masculino). El sabio taoísta, e incluso el budista, quiere ser suave, maleable, humilde como el agua en gotas. En cambio nuestro modelo de líder, de persona exitosa, de guía, quiere ser duro, irrompible y arrogante, como la piedra o el acero. Pero la piedra mata si es lanzada, y el acero hiende mortalmente la carne sin piedad. Todo esto parecería que no tiene mucho que ver con magnificar nuestro vínculo madre-hijos con el planeta en donde vivimos: todo lo contrario, me atrevo a decir que nuestra cultura patriarcal (y su versión exagerada y exaltada: el machismo) nos convierten, como especie, en una masa de parásitos inconscientes y egoístas que sólo viven para reproducirse y para obtener placer de la materia sin pensar en las consecuencias.


Este número 3 de El Archifonema está especialmente dedicado a lo femenino: la mujer, la Tierra, la madre. Pienso que sería muy bueno equilibrar tanta energía marcial, “masculina” (es sólo un aspecto de lo masculino, aislado y aumentado), con más energía femenina. Que se comprendiera que lo femenino no es sinónimo de debilidad (eso se afirma desde el machismo), y que los hombres maternales, los que crean, los que nutren, los que sostienen sus creaciones con paciencia, no son traidores de la especie. Al contrario, son agentes que honran el contacto con la vida y el respeto por la creación. Nuestros líderes, nuestros eruditos, nuestros “sabios”, maestros y ejemplos a seguir, deberían ser modelos del hombre maternal. Yo auguro una era de lo femenino, una Era de la Tierra, la Era de la Madre. No comprenderlo sería aferrarse a las barbaries del pasado.

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