Para mí no es curioso que el Día de
Las estadísticas en Occidente muestran que los índices de enfermedades y trastornos mentales son más frecuentes en el hombre que en la mujer. Incluso en las sociedades más “desarrolladas” la esperanza de vida de la mujer supera por varios años la del hombre. Los sanatorios y hospitales psiquiátricos están más llenos de hombres que mujeres y aquellos tienden a suicidarse (o asesinar) con más facilidad que aquellas. Es necesario admitir que estas diferencias podrían ser más bien el producto de una sociedad que insiste en promocionar la fuerza y el desarrollo del varón, porque supuestamente éstas son sus cualidades intrínsecas. No obstante, las estadísticas podrían estar mostrando una realidad que es más evidente de lo que se cree. ¿Quién ha conquistado y librado guerras? ¿Quién ha sido el autor de crímenes tan desalmados y quién maltrata más fácilmente sin escrúpulos el medio ambiente y sus criaturas? ¿No será que el macho de nuestra especie se afana en demostrar fuerza, vigor y determinación, precisamente porque no los posee de manera biológicamente predeterminada? Una muestra excesiva de fuerza y de seguridad en el aspecto masculino es sospechosa precisamente porque parece ser el medio para ocultar una profunda inseguridad de nacimiento.
Oriente bien lo entendió, y de allí la imagen taoísta del agua (yin, femenina) que gota a gota hace un hoyo en la piedra (yang, masculino). El sabio taoísta, e incluso el budista, quiere ser suave, maleable, humilde como el agua en gotas. En cambio nuestro modelo de líder, de persona exitosa, de guía, quiere ser duro, irrompible y arrogante, como la piedra o el acero. Pero la piedra mata si es lanzada, y el acero hiende mortalmente la carne sin piedad. Todo esto parecería que no tiene mucho que ver con magnificar nuestro vínculo madre-hijos con el planeta en donde vivimos: todo lo contrario, me atrevo a decir que nuestra cultura patriarcal (y su versión exagerada y exaltada: el machismo) nos convierten, como especie, en una masa de parásitos inconscientes y egoístas que sólo viven para reproducirse y para obtener placer de la materia sin pensar en las consecuencias.
Este número 3 de El Archifonema está especialmente dedicado a lo femenino: la mujer,
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