Por Ramón Morales Castel
Este es uno de esos libros que encontré de forma más o menos mágica. Cuando apenas comenzaba mi adolescencia, vivía en una calurosa isla del Caribe. Allí, en un pueblo de la costa apuntalado por un castillo colonial español, había una biblioteca que funcionaba dentro de una casona colonial restaurada. Las estructuras principales se conservaron, y las losas de entrepiso se sustituyeron por losas de madera. El acondicionador de aire central no era suficiente para evacuar los olores de la madera recién curada y además daban al lugar un aura inusual, por aquello de que aquel insólito frío era imposible en una isla como aquella.
Acudía mucho allá. Los libros siempre fueron mis primeros amigos. Los amigos que nunca desaparecían. Generalmente buscaba libros de texto escolares para las tareas del liceo. Sin embargo, me fui acostumbrando a ir unos días extras a la semana para hojear otros libros. Por primera vez leí libros sobre ocultismo y biología molecular. Los viejos libros de historia me llamaban la atención no poco, incluso a veces más que los textos científicos.
Un día soleado entré a la biblioteca. Ya me había acostumbrado al aire frío y seco del interior. La luz del sol entraba por las inmensas ventanas rectangulares que llegaban hasta el techo. Me gustaba sentarme cerca de ellas para calentarme un poco con la luz. Las ilustraciones de los libros eran más coloridas así también. Las vigas de madera lucía como nuevas y la bibliotecaria mostraba como siempre su rostro severo e indiferente. Paseando los dedos por los lomos de los libros en los estantes, sobresalía la palabra unicornis en letras doradas sobre un fondo verde oscuro. Inmediatamente saqué el libro y me lo llevé a la mesa. Desde aquel día, fue casi un ritual para mí volver una vez a la semana sobre aquel libro. Lo primero que me atrapó de él fueron sus ilustraciones. En aquella edad, a veces, las palabras son insatisfactorias. Más adelante descubrí que en este libro es común que las personas valoren más las imágenes que el texto. De verdad, las ilustraciones son una obra de arte. No importa que ya en aquel momento yo haya llegado a la conclusión de que no se trata de un verdadero manuscrito medieval (las manchas de vejez simuladas en los folios son claramente pintadas). Además, es muy sospechoso que un monje ermitaño pudiera pintar paisajes y personas con los mismos códigos gráficos de Leonardo da Vinci.
Nada de eso importa. No importa si el manuscrito reproducido en todo el libro no es realmente tan viejo como se dice y que el Cuerno Único no exista. En el arte, una imitación de
Cada día que iba a aquella biblioteca, sacada veinte copias de las páginas (no se permitían más por libro), hasta que lo reproduje casi por completo. No es extraño que mis copias en blanco y negro no lleguen a ser suficiente recompensa para mí considerando que las ilustraciones del libro insisten en los tonos sepia y sólo muy pocas tienen realmente colores, es decir, además de los naranjas, amarillos y marrones. Para una persona como yo, una pequeña diferencia de tono en una posesión querida que no haya podido ser la original, es casi inaceptable. Los matices son muy importantes. Pero creí necesario aún así reproducir el libro porque sospechaba que no lo vería en las librerías. Así fue. Lo que sí pude ver una vez, sin que haya podido comprarlo, fue un segundo libro dedicado a la generación de los dragones. Me parece que las ilustraciones eran también de Michael Green. No pude prestarle más atención para averiguar. Parecían Igualmente impresionantes e inigualables. Incluso más por tratarse de ese tema.
Pueden encontrar mucha información sobre este libro por Internet. Se ha convertido casi en un objeto de culto. Visiten por ejemplo http://www.mitos.com.es/unicornios.php donde está reproducida una parte del texto.
Esta es la galería oficial del artista:
http://www.greenartprints.com/index.html
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